martes, 10 de noviembre de 2009

Anécdotas (1)


Hace algunos años la empresa donde trabajaba me propuso substituir temporalmente al Responsable de Producción de una planta de producción de Masterbatches en un pueblo llamado Mantes la Jolie a 50 kilómetros de París. Acepté la oferta con la única condición de poder pasar los fines de semana con mi familia en Barcelona dada la gran oferta de vuelos existentes y a precios muy asequibles. El trato era trabajar de lunes a viernes pudiendo yo escoger los vuelos de ida y vuelta a mi comodidad. En principio escogí el vuelo del domingo por la tarde desde Barcelona ya que me permitía estar a primera hora en la fábrica y coger el del viernes por la noche de vuelta a casa.
El hotel en que dormía se llamaba "El Eclipse" y se encontraba en Magnanville a dos kilómetros de la planta, ideal para un pequeño paseo en coche. Como el hotel cerraba por las noches pacté con el responsable del mismo que me facilitara un código permanente para la entrada y que me dejara la llave en la puerta de una habitación cualquiera para yo poder pernoctar sin problemas llegara tarde o temprano. La cosa funcionaba perfectamente. Solamente tenía que pasearme por los pasillos hasta encontrar una puerta con una llave en la misma. Habitación dispuesta, colocar cuatro cosas y a dormir.
Pero la última vez la cosa ya no fué tan perfecta. Llegué al hotel alrededor de las once de la noche, abrí la entrada con el código permanente y me dispuse a recorrer pasillos hasta encontrar mi habitación. Después de recorrer los tres pisos dos veces arrastrando mi maleta de mano me convencí de que no había ninguna habitación preparada para mi.
Había oido que había un portero de noche y me dispuse a encontrarlo. Vana ilusión. El portero no aparecía por ninguna parte.
Ya un poco desesperado di una última vuelta por las habitaciones para ver si por casualidad no me había fijado bien. Me di cuenta entonces de que en una habitación de la planta baja la puerta no estaba bien cerrada del todo. Sigilosamente la abrí un dedo para iluminar el interior con la luz del pasillo y ver si estaba ocupada o no. Fui entrando poco a poco esperando un grito o la alarma de su ocupante, pero no sucedió nada. Estaba vacía.
Feliz ya por la solución del problema, me desvestí, me puse el pijama, encendí la televisión y me metí en la cama.
No habrían pasado ni cinco minutos cuando oí como por medio de una llave alguien abría la puerta. El mundo se me vino abajo. Llegaba el titular de la habitación. Un hombre de unos treinta años me miraba a tarvés de unas gafas de concha con cara de asombro. Y yo sin saber que decir. Y explicarlo en francés, menos. Después de algunos balbuceos y qué hace usted aquí y que ésta es mi habitación y aquí está mi llave, el hombre , un poco mosqueado, me dice que va en busca del portero. Y yo me medio visto y voy detrás suyo. El portero también era mi salvación. Evidentemente el susodicho portero no apareció por ninguna parte. Yo, de vuelta a la habitación empecé a recoger mis cosas y a decirle que lo sentía pero que ya me había metido en su cama. La cosa no debió de gustarle demasiado y me sugirió que yo me sacara habitación de la misma manera que lo había hecho él. Ante mi sorpresa me informó que había un dispensador nocturno automático de llaves para habitaciones libres que funcionaba con una tarjeta de crédito. Me llevó a la misma situada en el exterior y siguiendo sus indicaciones conseguí la llave de una habitación. Se la dí y el me dió la de la mía y todos felices y contentos. El pobre hombre nunca entendió como era posible que yo hubiera entrado en la habitación sin llave. Y yo mientras me metía en "mi" cama me preguntaba si esto era un hotel o lo más parecido a un "puticlub". Si algún día tenía un "rollito" el sistema era ideal por lo discreto.
Desde aquel día cogí el vuelo de Barcelona a París a las seis de la mañana.

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